Poesias al Cristo de la Humildad II
Roncos tambores
suben sin mucho compás
atravesando la Tela
empiezan a sollozar.
En Santa Marina Humilde
su Cristo esperando está
sentando aguarda la sentencia
que los jueces dictarán.
El sabe que su condena
es la muerte en una Cruz
que ha de llevarla en su hombro
entre aquella multitud.
Qué serenida Dios mío,
en tu rostro se refleja.
Qué humildad la de tus ojos
ante aquella injusta pena,
no se quedaron tus labios,
no se oyó ningún lamento
solo en tu mano apoyaste
tu cara dulce y serena
donde unas gotas de sangre
manchaban tu frente tersa.
Ya los tambores se acercan,
son los gritos, son las quejas
que tus labios se callaron
aquella noche de pasión
que nos distes a los hombres
el aceptar con HUMILDAD
lo que en la vida nos cuesta.
Carmeli Piernagorda Priego
Con la mano apoyada en la mejilla
y la vista perdida, extraviada
la frente dolorida y coronada
por las espinas que su frente humilla.
Soporta con dolor la pesadilla
en actitud sublime y reposada
con el dulce calor de su mirada,
le da el perdón al que su honor mancilla.
Te llevan por las calles de Baena
para mostrarle al pueblo tu dolor
y compartir con él tu honda pena.
Olores de clavel y de azucena
perfuman tu hermandad multicolor
que pide no se cumpla la condena.
Joaquín Lucena Turmo